jueves, 22 de diciembre de 2011

Selecciones internacionales

Ayer, leí una entrevista con Laszlo Nagy, en la que dice que se está pensando si jugar los próximos Juegos Olímpicos con la selección española. Se ha puesto una fecha límite para decidirlo.

Dejando de lado la noticia en sí, la posible llegada al conjunto nacional de uno de los mejores jugadores del balonmano actual, decisivo tanto en ataque como en defensa, como se pudo ver en el pasado partido contra el Atlético de Madrid, lo que me quiero preguntar es si son lícitas estas nacionalizaciones de deportistas que últimamente vemos con normalidad.

Hay que reconocer que es un tema muy delicado.

Me he puesto a pensar, y no consigo decantarme por una de las dos posturas. Nacionalizar, o mantener lo tradicional, en la selección española, jugadores nacidos en España.

El deporte no se ha podido apartar de la globalización. Más bien, se ha aprovechado de ella, y mucho. Ya a nadie le sorprende ver un equipo con mayoría de jugadores extranjeros. Es lo normal. Lejos queda aquello de los 3 extranjeros por equipo, o 2, como en el baloncesto.

Arsenal en la final de la Champions 2006 con solo dos ingleses


¿Pero qué pasa con las selecciones? No es lo mismo un equipo determinado, que el equipo que representa a un país.

Atletismo, baloncesto, balonmano, fútbol… los deportes mayoritarios están expuestos a estos casos.

En atletismo no es raro ver con la camiseta de la selección a cubanos. En balonmano, a la espera de Nagy, ya tenemos a Sterbik. No hace mucho, hemos celebrado el Eurobasket, coreando el nombre del congoleño Ibaka. Y en fútbol, Senna es campeón de Europa con la selección Española.

Se ponen la roja, y todos les animamos, aunque en algunos casos ni sepamos pronunciar bien su nombre. Si nos ayuda, nos da igual que sea un jugador congoleño, o una multinacional sueca. Les españolizamos sus nombres, parece que para auto complacernos e intentar olvidar su verdadera procedencia.

El caso del Nagy en particular, y del balonmano en general, es peculiar. En este deporte, puedes jugar con varias selecciones a lo largo de tu carrera. Solo hay que dejar transcurrir tres años desde que dejas una selección, hasta que juegas con la otra. Es comprensible que para mucha gente, esto sobrepase el límite admisible.

Otro de los casos peculiares, son los nacionalizados por carta de naturaleza. Es el caso de Ibaka. No llevaba el tiempo suficiente en España para nacionalizarse. De hecho, cuando se produce la nacionalización, ni vive habitualmente en España. La solución fue acogerse a la carta de naturaleza, por la cual, en caso de existir condiciones especiales, se puede dar la nacionalidad española a un extranjero.

En este caso, no pongo en duda su sentimiento por nuestro país. Su llegada a nuestro país, le supuso dar un paso adelante en su carrera y poder convertirse en el gran jugador que ahora es. Ha mostrado muchas veces su gratitud a España, y creo que es una gratitud sincera. Pero solo ha estado 2 años viviendo aquí.

Ibaka con la roja

Lo primero que quiero plantearme, es la razón por la que estos jugadores renuncian a su nacionalidad y deciden jugar para otro país.

En el caso de España, tiene pinta que es por razones meramente deportivas. Y es que en estos momentos, formar parte del deporte español es muy apetecible. Pero en otros países, se están formando selecciones a golpe de talonario. Solo hay que ver a una selección rusa de baloncesto, dirigida por un base de nombre Jon Robert Holden, nacionalizado por expreso deseo de Putin. Cuando empezó a jugar con Rusia, ni hablaba ruso, y ahora ya retirado, dudo mucho que ni mantenga su residencia en el país.

¿Dónde está el límite? ¿O donde está el comienzo, si debe haberlo?

Lo segundo a analizar, es la aceptación de estas nacionalizaciones por parte de los aficionados. Y en este caso veo un doble rasero preocupante. Cuando nos hacen campeones, son más españoles que nadie, pero que no la caguen, porque a la hora de perdonar los errores, si se recuerda la procedencia del deportista.

Todo el mundo recordará el caso de Johann Mühlegg. En cuanto vimos que conseguía medallas, pasó a llamarse Juanito. Todos orgullosos de aquel alemán que ondeaba nuestra bandera en un paisaje blanco, en el que no estábamos acostumbrados a destacar. Pero poco le duró el sobrenombre. Llego el dopaje y con el desapareció el Juanito, el patriotismo, el orgullo… Volvía a ser alemán, y se le dio la espalda. Porque reconozcámoslo, no se le trató como se ha tratado a otros deportistas españoles acusados de dopaje. Eso sí, eran españoles de nacimiento. (La única excepción ha sido Marta Domínguez, y creo que ha sido más un tema político que otra cosa).

Un orgullo nacional muy fugaz

En conclusión, creo que me inclino por aceptar la nacionalización, pero comprendo perfectamente a los que estén en contra, sobre todo para los que el deporte de selecciones sea mucho más sentimental de lo que lo es para mí. La pregunta es si seremos capaces todos de mantener nuestras opiniones cuando nos vengan mal dadas.


PD: Increíble lo que cuesta encontrar una foto de Ibaka con la camiseta de la selección. Eso si, sin ella y enseñando abdominales, todas las que quieras...

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